En los debates contemporáneos sobre modelos económicos, se suele presentar un falso dilema: o bien se prioriza el capital y la competencia individual como en el capitalismo, o se privilegia al colectivo en detrimento del individuo, como ha ocurrido en versiones autoritarias del comunismo o el socialismo estatista.
En medio de ese escenario polarizado, el cooperativismo emerge como una propuesta distinta: una economía con rostro humano en la que la comunidad importa, sí, pero donde la persona no se pierde ni se diluye. Cada socio es sujeto activo, con derechos, responsabilidades y poder real. Ni pieza del engranaje capitalista, ni número anónimo en la masa colectiva: persona completa, con voz, voto y dignidad.
Entre dos extremos que reducen a la persona
El capitalismo, con su énfasis en la propiedad privada y la maximización del beneficio individual, ha llevado a una creciente concentración de riqueza. En este sistema, el valor de las personas suele medirse por su capacidad de producir, consumir o competir. Quien no puede hacerlo —por pobreza, discapacidad, edad, género o condición— es marginado del sistema. La lógica es clara: quien no genera rentabilidad, no cuenta.
En este modelo, el éxito económico personal se convierte en medida de valor humano, y las relaciones sociales se reducen a contratos transaccionales. La empresa tradicional refleja esta lógica: lo que importa es el capital, no quién lo produce.
Por otro lado, el comunismo autoritario y ciertas formas de socialismo estatal han sacrificado la libertad individual en nombre de la colectividad o del Estado. La planificación centralizada ha sustituido la autonomía personal; la voz disidente ha sido silenciada en pro de la unidad. La persona desaparece en la masa, y la diversidad es vista como amenaza. La comunidad se vuelve una abstracción que justifica la anulación del individuo.
El resultado en ambos casos es el mismo: la persona deja de ser el fin y se convierte en medio. Se deshumaniza la economía.
El cooperativismo como tercera vía humanizadora
El cooperativismo, en cambio, se funda en un principio ético radical: las personas por encima del capital, pero también por encima del poder del Estado.
En una cooperativa:
- Cada persona vale lo mismo: un socio, un voto.
- La propiedad es compartida, pero el protagonismo es personal.
- La participación no es formal, es sustantiva.
- La comunidad es importante, pero solo si se construye desde la libertad individual.
El cooperativismo propone un equilibrio entre lo colectivo y lo individual. El grupo no aplasta a la persona; la empodera. La comunidad no sustituye la autonomía; la fortalece.
Una economía con identidad y conciencia
Las cooperativas no son simples mecanismos de distribución más justa. Son proyectos económicos con identidad. No están llamadas solo a “mejorar condiciones” en un sistema desigual, sino a transformar la forma misma en que entendemos la economía.
Y esa transformación empieza por entender que el ser humano no es una variable de ajuste. No es recurso humano. Es sujeto. Y como sujeto:
- Tiene derecho a decidir.
- Tiene derecho a formarse.
- Tiene derecho a disentir.
- Tiene derecho a ser protagonista.
El cooperativismo, cuando se vive con autenticidad, resiste la despersonalización del capitalismo y la homogeneización del colectivismo.
Casos donde el equilibrio se pierde
Aunque el modelo cooperativo está diseñado para poner a la persona en el centro, no siempre lo logra en la práctica. Veamos algunos ejemplos:
- En cooperativas financieras, a veces se priorizan los indicadores contables por encima de las necesidades reales de los socios. Se ofrece crédito al que menos lo necesita y se margina al que más lo requiere, repitiendo la lógica bancaria.
- En cooperativas de salud, la burocracia interna puede convertirse en un obstáculo para el trato humano y empático, priorizando protocolos por encima de las historias individuales.
- En cooperativas de vivienda, es común que los procesos de construcción o asignación de espacios se den sin consultar adecuadamente a las personas que habitarán esas viviendas.
- En cooperativas de trabajo asociado, se han registrado casos donde la toma de decisiones está concentrada en grupos reducidos, y el resto de los socios se convierte en fuerza laboral sin participación efectiva.
En todos estos casos, el cooperativismo pierde su alma cuando pierde de vista al ser humano.
Participar es ser reconocido como sujeto
En el cooperativismo, la participación no debe ser decorativa. Tiene que ser real. Y eso implica:
- Generar espacios de deliberación donde las personas puedan expresar sus opiniones.
- Diseñar mecanismos inclusivos donde todas las voces cuenten, incluso las críticas.
- Formar a los socios para que entiendan, analicen y decidan con responsabilidad.
Cuando eso ocurre, el socio no es un cliente, ni un espectador, ni un voto ocasional. Es un actor pleno.
El poder de la persona como base de la comunidad
Hay una verdad fundamental que sostiene al cooperativismo: no existe comunidad verdadera sin individuos empoderados.
La comunidad no es una suma de masas obedientes. Es un tejido de personas que piensan, sienten, proponen, dudan, sueñan. Y solo cuando esas personas tienen espacio para desarrollarse, la comunidad puede crecer en autenticidad.
El cooperativismo cree en el poder de lo colectivo, pero no como imposición, sino como acuerdo libre entre iguales. Cree en la construcción de consensos, no en la uniformidad impuesta. Cree en la diversidad, no en la obediencia ciega.
Educación cooperativa: clave para el protagonismo
Una de las herramientas más potentes para poner al ser humano en el centro es la educación cooperativa. Formar no solo en conceptos financieros o administrativos, sino en:
- Pensamiento crítico.
- Participación democrática.
- Ética del cuidado.
- Derechos y responsabilidades.
Solo una base social educada puede ejercer su rol protagónico. De lo contrario, la cooperativa corre el riesgo de caer en manos de élites internas, alejadas de la voluntad y necesidades del colectivo.
Desafíos para todos los actores
- Socios y socias: no aceptar ser espectadores. Involucrarse, preguntar, formarse, exigir.
- Consejos de administración: garantizar que cada decisión refleje el sentir de las personas, no solo los indicadores.
- Gerentes: gestionar con eficiencia, pero sin olvidar que cada número representa una historia humana.
- Equipos técnicos: construir desde el conocimiento, pero dialogando con la experiencia de la base social.
Conclusión: sin personas, no hay cooperativismo
En tiempos donde la tecnología, la automatización y la economía de plataformas tienden a despersonalizar las relaciones, el cooperativismo debe reafirmar su esencia: la economía al servicio de las personas, no las personas al servicio de la economía.
El cooperativismo es una apuesta valiente por un modelo donde la comunidad potencia al individuo y el individuo sostiene a la comunidad. Donde el poder se comparte, el saber se democratiza y la dignidad se respeta.
Hoy más que nunca, necesitamos cooperativas que no olviden para qué existen: para que cada persona viva mejor, con otros, en libertad, equidad y responsabilidad compartida.
Ese es el centro. Esa es la diferencia.
Ese es el verdadero rostro humano de la economía solidaria.
🖋️ Este artículo forma parte de la serie Pensamiento Cooperativo Crítico | Reflexión y Conciencia desarrollada por Ramón Imperial Zúñiga para Pinos-Coop.

Author: Ramón Imperial Zúñiga
Socio fundador de Cooperativa PINOS y la Academia online 5to-Principio, Consultor en Cooperativismo y ESS especialista en Estrategia y Gobernanza, Reconocido escritor con 40 años de experiencia internacional en liderazgo cooperativo.
Felicitaciones y mi reconocimiento por la calidad de sus escritos,me hacen reflexionar y entender lo que sucede en mi cooperativa.Y convencerme que estoy bien con mi actitud de rebeldía, de crítica permanente y propuestas que mantengo frente a la administracion de mi cooperativa.Estoy en el camino, seguiré por el,mi dignidad no tiene desvíos,no tiene precio.Gracias por su trabajo.