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Sin educación cooperativa, no hay defensa posible

La formación como muro de contención frente a la desnaturalización cooperativa

Por Ramón Imperial Zúñiga, Julio 2025

Si en los dos primeros artículos de esta serie abordamos la gravedad del caso ecuatoriano y los riesgos de transformar cooperativas en bancos, hoy es momento de detenernos en una dimensión menos visible, pero igual de crítica: la ausencia de educación cooperativa. Porque una cooperativa solo podrá resistir amenazas externas e internas si sus socios comprenden lo que significa ser parte de ella, si se sienten copropietarios, responsables y defensores activos del modelo.

El 5º Principio Cooperativo, proclamado por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), establece que las cooperativas deben proporcionar educación, formación e información a sus socios, dirigentes y empleados para que puedan contribuir efectivamente al desarrollo de su cooperativa. No es un principio decorativo. Es una piedra angular. Sin él, los demás principios se vacían de sentido. Y lo que es peor, la cooperativa queda expuesta a ser devorada por dinámicas ajenas a su identidad.

Un peligro silencioso que no podemos ignorar

Hoy hablamos mucho del caso de Ecuador porque es un problema visible, público, que está en la agenda de todos. Pero hay un peligro igual de grave —o incluso más delicado— que avanza de manera silenciosa en muchas cooperativas del mundo: una transformación interna, no legal ni jurídica, pero profundamente desnaturalizadora.

No se trata de leyes ni de disposiciones transitorias. Se trata de un cambio cultural y operativo, casi imperceptible, que poco a poco convierte a las cooperativas en organizaciones que funcionan, actúan y se comportan más como bancos o empresas mercantiles que como sociedades de personas.

Este tipo de transformación no se decreta con reformas ni requiere cambios estatutarios; se gesta desde dentro, en el día a día, cuando se abandonan los programas de educación cooperativa, cuando los socios dejan de sentirse dueños y participan solo como clientes, cuando las decisiones se concentran en pequeños grupos directivos sin contrapesos sociales.

Este peligro es aún más difícil de enfrentar porque no genera titulares ni provoca debates inmediatos, pero erosiona silenciosamente la esencia cooperativa. Y cuando finalmente se hace evidente, muchas veces ya es tarde para revertirlo.

Por eso la educación cooperativa no es solo un deber moral: es la primera línea de defensa contra esta desmutualización progresiva e invisible.

El cooperativismo no se hereda, se aprende

Uno de los grandes errores que hemos cometido —y lo digo como autocrítica desde dentro del movimiento— es suponer que la identidad cooperativa se conserva automáticamente, solo por estar en los estatutos o por tener décadas de existencia. Nada más lejos de la realidad. El cooperativismo no se hereda: se aprende, se comprende, se vive.

Cuando una persona entra a una cooperativa sin saber qué es, qué significa, cómo funciona ni qué derechos y deberes tiene, rápidamente asume una lógica de cliente. Se convierte en usuario de servicios financieros, no en socio de una organización. Y si las cosas van bien, no se compromete; si van mal, se va. No hay vínculo, ni lealtad, ni defensa.

Ese vacío de sentido solo puede llenarse mediante procesos formativos permanentes. Y no basta con una charla inicial o un folleto al inscribirse. Se necesita una estrategia integral y permanente de educación cooperativa, que acompañe la vida del socio desde que ingresa hasta que se retira, pasando por momentos clave de participación y formación continua.

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Cuando los socios dejan de sentirse dueños

Una de las consecuencias más trágicas de la falta de educación cooperativa es la pérdida de sentido de pertenencia. Los socios dejan de sentirse dueños, pierden interés en participar en las asambleas, ya no se postulan a los consejos de administración ni exigen rendición de cuentas. La cooperativa, entonces, se convierte en una estructura burocrática, manejada por unos pocos, con una base social dormida o desinteresada.

Ese ambiente facilita dos riesgos graves:

  1. Que decisiones importantes se tomen sin consulta o sin oposición, como fue el caso de la desmutualización de algunas cooperativas.
  2. Que los espacios democráticos se vacíen, debilitando la gobernanza cooperativa y volviendo a la organización más vulnerable a presiones externas.

Y lo más doloroso es que muchas veces esta situación no surge de la mala intención de los dirigentes, sino de una cultura institucional que no prioriza al socio como sujeto central del proceso cooperativo.

El principio educativo no es un lujo, es una necesidad

Hoy más que nunca, el 5º Principio debe ser considerado una prioridad estratégica. En un entorno cada vez más competitivo, donde las cooperativas conviven con bancos, fintechs y empresas financieras, la educación no es un gasto; es una inversión en resiliencia.

Una cooperativa con socios formados, críticos, participativos y comprometidos, es una cooperativa que puede defenderse. Que puede oponerse a una transformación injusta. Que puede exigir coherencia. Que puede construir futuro.

La educación cooperativa debe incluir:

  • Conocimiento básico sobre el modelo cooperativo, sus valores y principios.
  • Formación en gobernanza democrática, derechos y deberes del socio.
  • Educación financiera básica, para que el socio entienda lo que hace su cooperativa.
  • Herramientas digitales y tecnológicas, para ampliar la participación.
  • Reflexión ética, sobre el papel de la cooperativa en la sociedad.

Tecnología y medios digitales: aliados de la educación

Hace años para que una persona ingresara como socio de una cooperativa, era un requisito indispensable que primero pasara por una serie de charlas educativas, luego eso se fue eliminando porque era una barrera que retardaba los procesos y ponía a las cooperativas en desventaja con otras entidades financieras.

Hoy en el cooperativismo eh general, estamos pagando el precio de esas decisiones, los socios ya no tienen claridad de sus derechos y obligaciones, de sus responsabilidades como dueños de la cooperativa, por eso la mayoría solo actúan como clientes y usuarios de los servicios que ofrece la cooperativa.

No se trata de regresar al pasado, de burocratizar los procesos, de poner barreras que nos impidan ser competitivos, pero vivimos en la era de la información y tenemos que ser muy creativos. Las herramientas están disponibles. No hay excusa para no hacer educación cooperativa accesible, moderna y atractiva.

Las cooperativas pueden (y deben) aprovechar:

  • Plataformas de aprendizaje virtual.
  • Aplicaciones móviles con contenidos breves y claros.
  • Podcasts, videos, infografías y cápsulas educativas.
  • Foros digitales, encuentros virtuales, debates en línea.
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La clave está en usar un lenguaje sencillo, cercano, que conecte con la realidad del socio. No necesitamos doctrinas complejas ni libros difíciles. Necesitamos explicar, con claridad y pasión, qué es una cooperativa y por qué vale la pena defenderla.

Los dirigentes deben abrir espacios, no cerrarlos

Un error que a veces se comete —aunque de forma involuntaria— es que los directivos y gerentes, en su afán de “cuidar” la cooperativa, reducen la participación de los socios. Ven con recelo el disenso, evitan la crítica, limitan la información disponible. Algunos incluso prefieren que los socios “no se metan”.

Ese camino es peligroso. Porque cuando se limita la participación, se está desactivando la base del modelo cooperativo. La democracia interna no debe ser vista como una amenaza, sino como un pilar fundamental de la sostenibilidad.

Los dirigentes deben ser facilitadores de la educación cooperativa, no sus obstáculos. Deben promover la participación activa, motivar la capacitación y reconocer a los socios como verdaderos dueños. El liderazgo cooperativo no se mide solo en eficiencia financiera, sino en capacidad para cultivar una cultura democrática y participativa.

Una advertencia desde la experiencia

Volviendo brevemente al ejemplo mencionado en el artículo anterior: en México, una gran cooperativa se transformó en entidad mercantil sin resistencia interna. ¿Por qué? Porque no hubo educación cooperativa. Los socios no se sintieron dueños. No supieron defender su organización. El proceso se dio sin participación, sin debate, sin oposición real.

Fue un golpe duro, pero también un aprendizaje. Desde entonces, se han fortalecido los programas educativos en varias cooperativas mexicanas, y se han establecido mecanismos legales que prohíben la transformación del modelo sin disolución previa. Es decir: si hay educación y legislación protectora, hay defensa. Si no, hay desintegración.

¿Y Ecuador?

En el caso de Ecuador, la situación actual pone en evidencia cuánto puede llegar a depender la defensa del cooperativismo no solo de leyes y normativas, sino de la fuerza social organizada desde dentro de cada cooperativa.

No podemos saber con certeza, desde fuera, si todos los socios de las cooperativas están plenamente informados sobre lo que está ocurriendo, ni si participan activamente en la toma de decisiones, ni si cuentan con espacios regulares para el análisis, la formación o el debate colectivo. Pero sí podemos —y debemos— manifestar nuestra preocupación de que, si no existe ese proceso educativo y participativo interno, la defensa institucional será mucho más difícil.

Las estrategias legales y políticas son fundamentales, pero no son suficientes. Una cooperativa sin socios informados y comprometidos corre el riesgo de parecer ante el gobierno —y ante la sociedad— como una simple entidad financiera. Y si los propios socios no hacen oír su voz, si no ejercen su condición de dueños, ¿quién defenderá su cooperativa cuando esté en riesgo?

Por eso el 5º Principio de la ACI —educación, formación e información— no es un complemento, es la clave de la resiliencia cooperativa. Y no solo en Ecuador. En muchos países, la falta de programas educativos constantes ha generado bases sociales pasivas, desarraigadas, que no sienten que la cooperativa les pertenece.

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Sin formación, no hay conciencia. Sin conciencia, no hay identidad. Sin identidad, no hay defensa posible.

No es tarde, pero es urgente

El momento actual exige una revalorización profunda del 5º Principio en todos los niveles del movimiento cooperativo. Esta no puede ser una tarea decorativa, ni relegada a un comité de capacitación sin recursos ni respaldo. Debe convertirse en una política institucional prioritaria, asumida desde la alta dirección, desde los consejos de administración y apoyada activamente por los organismos representativos.

Aplicar el 5º Principio no significa solo dar cursos ocasionales o repartir folletos. Significa generar procesos formativos permanentes, con metodologías modernas, adaptadas a diferentes públicos, apoyados en tecnologías accesibles, con un lenguaje claro y con participación activa de los socios. No es un gasto: es una inversión en identidad, en democracia y en sostenibilidad.

Pero esta tarea no puede depender únicamente de los esfuerzos aislados de algunas cooperativas con buena voluntad. Debe asumirse como un compromiso colectivo, una causa común para todo el movimiento. Las federaciones, confederaciones y organismos internacionales tienen una responsabilidad especial: generar materiales, metodologías y espacios de formación conjunta, de modo que ninguna cooperativa —por pequeña o remota que sea— quede fuera de este proceso.

Y no se trata solo de lo que hagan los dirigentes o las organizaciones representativas. La base social también debe asumir un papel más activo. No basta con esperar que las juntas directivas o los gerentes impulsen la formación; los propios socios deben exigir su derecho a estar informados y capacitados, a participar y a ser parte real de las decisiones. El cooperativismo se fortalece cuando sus socios dejan de ser espectadores y se convierten en protagonistas.

Aún hay tiempo. El reloj corre, pero no todo está perdido.

El cooperativismo ecuatoriano —y el latinoamericano en general— todavía puede demostrar que su mayor fortaleza no está solo en sus balances financieros, sino en la conciencia de sus socios, en su capacidad de participación y en la profundidad de sus valores. Y eso solo se construye desde la educación. Ahora es el momento.

Lo que sigue…

En el siguiente artículo hablaremos de otro gran tema pendiente: la integración cooperativa. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajar juntos? ¿Qué pasa con el 6º Principio? ¿Por qué, ante amenazas tan grandes, el cooperativismo sigue tan fragmentado?

La desunión es otro de nuestros grandes talones de Aquiles, porque al parecer entre las cooperativas no sabemos o no queremos “cooperar”. Y ha llegado el momento de abordar ese tema aunque sea delicado e incómodo.

“La mejor defensa de una cooperativa es una base social educada, participativa y crítica. Todo lo demás es vulnerable.”

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Ramón Imperial Zúñiga
Author: Ramón Imperial Zúñiga

Socio fundador de Cooperativa PINOS y la Academia online 5to-Principio, Consultor en Cooperativismo y ESS especialista en Estrategia y Gobernanza, Reconocido escritor con 40 años de experiencia internacional en liderazgo cooperativo.

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