En otras palabras: NO a los excesos del capitalismo, del comunismo y del socialismo.
En un mundo donde los extremos marcan las agendas económicas, el cooperativismo sigue siendo una de las pocas propuestas que apuestan por el equilibrio. Por un lado, el capitalismo competitivo, centrado en la acumulación de riqueza, ha convertido al mercado en una entidad casi sagrada, donde el éxito se mide por la rentabilidad individual, y el ser humano vale lo que puede consumir o producir. Por otro lado, el colectivismo extremo, representado por versiones dogmáticas del comunismo, ha terminado por diluir la individualidad en nombre de la comunidad, negando la libertad personal y la diversidad de voces.
Entre esos dos modelos, el cooperativismo propone una tercera vía: una economía con rostro humano, donde la comunidad no anula a la persona, y donde el desarrollo no se mide solo en cifras, sino en bienestar compartido, equidad, democracia y sostenibilidad.
Cuando el mercado olvida el alma
El capitalismo ha traído consigo innovación, eficiencia y dinamismo económico. Nadie puede negarlo. Pero también ha generado desigualdad estructural, precarización laboral, depredación ambiental y una peligrosa concentración de poder económico en manos de unos pocos.
En este modelo, el dinero está por encima de las personas. Las empresas existen para maximizar ganancias, no para mejorar vidas. Se valora más el capital que al trabajador, más el rendimiento que la dignidad, más la competencia que la solidaridad.
Muchas veces se habla de “capitalismo con rostro humano”. Pero, ¿qué tan humano puede ser un sistema que permite que 1% de la población concentre más riqueza que el 50% más pobre del planeta?
Cuando la colectividad borra al individuo
El comunismo, por su parte, nació como una crítica radical al capitalismo. Pero en su versión más ortodoxa y autoritaria, cayó en el error opuesto: minimizar la libertad individual, suprimir la iniciativa propia y subordinar todo al Estado o al partido.
En nombre de la comunidad, la persona perdió rostro. Se impuso una visión única, centralizada, sin espacio para la diversidad o la disidencia. El colectivismo no era solidaridad, era obediencia. La economía no se construía desde las bases, sino desde el centro.
Este modelo generó rigidez, estancamiento, control excesivo y, en muchos casos, violaciones a derechos humanos. Terminó por demostrar que sin libertad individual, la comunidad también se vacía de sentido.
El cooperativismo: una alternativa con equilibrio
El cooperativismo propone otro camino. Parte de una convicción simple pero poderosa: las personas son el centro de la economía, no un recurso más. Y esa centralidad no se impone desde arriba, sino que se construye colectivamente, con reglas claras, con valores compartidos y con democracia económica.
En una cooperativa:
- La propiedad es colectiva, pero la participación es individual. Cada persona tiene voz, voto y capacidad de incidir.
- La gestión es compartida, pero respetando roles. No hay caudillos ni tecnócratas todopoderosos.
- La rentabilidad importa, pero al servicio de un propósito social.
- La comunidad es clave, pero sin borrar la diversidad de intereses, historias y perspectivas.
Empresas sociales, no empresas cualquiera
Una cooperativa sí es una empresa, pero no una empresa cualquiera. Es una empresa social, es decir, orientada a generar valor económico y social simultáneamente. No maximiza utilidades para repartir entre accionistas, sino que reinvierte para el beneficio de todos sus socios y de la comunidad.
Esto la diferencia claramente de la empresa privada tradicional, y también del aparato estatal centralizado. Es autónoma, autogestionada y democrática. Y funciona en el mercado, pero con valores.
En todos los sectores, el equilibrio es posible
- En las cooperativas de ahorro y crédito, el reto es incluir a quienes han sido excluidos del sistema financiero, pero sin caer en las lógicas bancarias que priorizan rentabilidad sobre bienestar.
- En las cooperativas de salud, se trata de brindar servicios de calidad, sin convertir la atención médica en mercancía, ni limitar la gestión a esquemas burocráticos.
- En las cooperativas de vivienda, el objetivo es garantizar el derecho a habitar dignamente, equilibrando necesidades individuales con convivencia colectiva.
- En las cooperativas de producción o agropecuarias, se debe promover la eficiencia sin caer en la explotación del trabajo, ni en la subordinación de los pequeños productores.
- En las cooperativas de educación, turismo, tecnología o seguros, el desafío es innovar sin perder el compromiso con la equidad, el respeto a la persona y la construcción de comunidad.
Ni idealismo ingenuo, ni pragmatismo sin alma
El cooperativismo no pretende ser perfecto. Pero su riqueza está en su capacidad de tensionar los extremos, de aprender de ambos modelos sin imitar ninguno.
- Toma del mercado la iniciativa, la creatividad, la eficiencia.
- Toma del socialismo el sentido de comunidad, justicia y solidaridad.
- Pero reivindica como propio el poder de las personas organizadas que deciden sobre su propia economía.
Es, en el fondo, una práctica de democracia económica real. No basta con votar cada cierto tiempo: se trata de construir colectivamente, cada día, desde abajo.
Una economía con rostro humano
Hablar de rostro humano no es una frase bonita. Es una apuesta concreta:
- Por una economía donde las decisiones no las tomen solo los que tienen capital.
- Donde el éxito no se mida por la cuenta bancaria, sino por la vida digna de las personas y comunidades.
- Donde la competencia no borre la solidaridad, ni la eficiencia elimine la participación.
- Donde el crecimiento sea sostenible, justo, compartido.
Reflexión para los actores cooperativos
- A los socios, recordarles que tienen poder, voz y responsabilidad. Que la cooperativa no es un proveedor, sino una organización que les pertenece.
- A los directivos, invitarles a ejercer un liderazgo con valores, con transparencia, con humildad. Sin clientelismos ni protagonismos.
- A los gerentes, pedirles que gestionen con eficiencia, pero con alma. Que recuerden que no administran una empresa cualquiera, sino una organización con historia, con principios, con una misión social.
- A los empleados cooperativos, motivarles a vivir los valores cooperativos en su práctica diaria, a entender que su trabajo es parte de una transformación más amplia.
El cooperativismo, hoy más necesario que nunca
En un mundo polarizado entre el mercado deshumanizado y el colectivismo uniformador, el cooperativismo tiene una oportunidad histórica: demostrar que otra economía es posible y ya está en marcha.
Una economía donde la eficiencia no excluye la equidad. Donde la innovación no borra la democracia. Donde el capital no manda, sino que sirve al bienestar común.
Una economía con rostro humano.
Porque al final del día, el éxito de una cooperativa no se mide por el tamaño de su edificio, ni por los ceros en su balance… sino por cuántas vidas transforma, cuántas comunidades empodera, cuánto sentido construye.
Ese es el desafío. Y también la esperanza.
Este artículo forma parte de la serie Pensamiento Cooperativo Crítico | Reflexión y Conciencia desarrollada por Ramón Imperial Zúñiga para Pinos-Coop.

Author: Ramón Imperial
Socio fundador de Cooperativa PINOS Especialista en Estrategia y Gobernanza Reconocido escritor y líder cooperativista