Hace muchos años tuve el enorme privilegio de asistir a una sesión de capacitación impartida por el Padre Manuel Velázquez y el Profesor Florencio Eguía Villaseñor.
En esa sesión nos explicaron las principales corrientes filosóficas, políticas, económicas y sociales que existen en el mundo: El socialismo científico, el socialismo utópico, el comunismo, el capitalismo y cómo el cooperativismo es un sistema que trata de poner a las personas en condiciones de vida más humanas mediante la organización de su economía y su influencia en la sociedad.
Una de las cosas que llamó mi atención fue cuando el padre Velázquez comentó que, en una cooperativa, los socios podían dar amor al prójimo, aun sin conocerse.
Sí, por ejemplo, valores como la ayuda mutua, la responsabilidad, la solidaridad, etcétera son una forma práctica, objetiva y eficaz de dar amor al prójimo en la vida diaria.
Nos explicaron la diferencia entre el Cooperativismo y otros sistemas, solo pondré como ejemplo uno de ellos.
A principios del siglo XVI, el abogado, teólogo y escritor inglés Thomas More (Tomás Moro) escribió su obra máxima: De Optimo Republicae Statu deque Nova Insula Ūtopia.
En su novela, Utopía es el nombre de una nación, una isla en la que se aplica una forma de organización social ideal cuyos habitantes logran el Estado perfecto, caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes.
Esta forma de pensamiento fue la precursora del socialismo utópico, pero a diferencia de éste, el cooperativismo reconoce que las personas somos diferentes y el mundo imperfecto.
En la realidad de este mundo hay injusticia, maldad, diferencias sociales, pero a pesar de ello, podemos lograr una forma de vida más digna.
México es un país capitalista, sin embargo, pienso que el sistema cooperativo ha tenido una aportación transcendental en la mejora de las condiciones económicas y sociales de las familias.
En los treinta y siete años que trabajé dentro de la cooperativa pude constatar en la práctica lo que el padre Manuel y el profesor Florencio expusieron como una ideología.
Hoy quiero compartir algunas experiencias que demuestran que el cooperativismo no es una doctrina romántica ni una utopía.
En la década de los ochenta yo era cajero en una oficina receptora y cada sábado acudía una señora a depositar su ahorro. Ella vivía en una colonia de la periferia de la ciudad, tenía un aspecto humilde y se cubría del sol con un rebozo gris. Calzaba zapatillas de plástico de las más económicas que se vendían por aquella época y sus pies estaban llenos de polvo.
Durante el tiempo que laboré en esa oficina, no hubo ni un solo sábado en que no llevara su ahorro, modesto, pero seguramente le representaba un sacrificio.
Bueno pues, así como ella, llegaba el panadero, la señora de la tienda, la maestra, el niño que saliendo de la escuela llevaba su ahorro, el doctor y tantas y tantas personas que apartaban un poco de sus ingresos para confiárselos a la Caja.
Lo que me pareció maravilloso es que la suma de todos esos depósitos que hacían las personas, se los llevaban los mismos socios a través de créditos.
Ahí estaba la aplicación práctica de lo que nos decía el padre Manuel. Un grupo de personas ayuda a otras, aún sin conocerse. Ese es un acto de amor muy evidente.
Cuando un socio da un poco de su tiempo para acudir a una asamblea para informarse de cómo va su cooperativa y elegir a sus dirigentes, o cuando invita a una persona a ingresar a la Caja o cuando aporta sus ideas, todos esos son auténticos actos de amor hacia los demás.
Otro comentario que llamó mi atención en la capacitación mencionada fue cuando el profesor Eguía comentó que la educación cooperativa tenía que verse reflejada en un cambio de hábitos y actitudes de los socios.
En ese momento me pareció un poco ambicioso el alcance de la idea como para verlo en la realidad, hasta que conocí un caso que me gustaría compartir a continuación:
Una socia solicitó un crédito a la Caja pues deseaba pagar una deuda originada por los gastos de hospitalización de uno de sus hijos. Un agiotista le había prestado con el “módico” interés del diez por ciento mensual.
El Comité de Crédito encomendó al personal de la Caja indagar un poco más respecto a si la socia realmente tenía la capacidad para pagar el préstamo.
Cuando llegó la señora a la sucursal, iba acompañada de su esposo quien trabajaba como despachador en una gasolinera.
El personal de la Caja les explicó que la cooperativa tenía la responsabilidad de garantizar que ese dinero que se otorgaría en crédito, regresara íntegra y oportunamente ya que éste procedía del ahorro de los demás socios.
El esposo se quedó admirado porque él se imaginaba que la Caja tenía una gran bóveda de donde procedía el dinero, pero nunca pensó que era el ahorro de otras personas.
Entonces se le explicó que lo que manifestaba en su solicitud era que tenía una gran capacidad de pago, pero lo que se demostraba en la realidad era que no la tenía.
—¿Y cómo llegaron a esa conclusión? —preguntó él.
—Pues porque el último préstamo que se le otorgó tenía un compromiso de pago inferior al que propone actualmente y sin embargo se abonó con atrasos continuos. Esos atrasos, pudieron originarse por dos motivos: O el hábito de pagar puntual no está bien sólido o dentro de sus gastos familiares existe una fuga de dinero que no les permite pagar puntualmente.
Después de un breve silencio, la señora exclamó dirigiéndose a su esposo.
—Dile lo que realmente pasa viejo, la verdad.
El hombre bajó la mirada, dudó un momento y luego exclamó:
—La verdad es que de vez en cuando me echo mis cervezas con mis amigos.
—Cada semana —precisó la señora inmediatamente.
—Bueno sí —reconoció él— cada semana, entonces cuando llega el día de pago ya no nos alcanza el dinero y es cuando nos atrasamos.
El personal de la Caja les explicó que era respetable la forma de vida de cada socio pero que la cooperativa necesitaba garantizar que ese crédito se retornara puntualmente, en o antes de las fechas pactadas como mensualidades.
Hasta ese momento el esposo de la socia desconocía tres datos elementales:
- De dónde procedía el dinero que la Caja otorgaba en crédito.
- La afectación que tenía el no pagar puntual sus abonos y,
- La importancia que tenía el seguir ahorrando constante y sistemáticamente.
Y de pronto el hombre lanzó una propuesta:
—Vamos a hacer algo —dijo— ¿por qué no nos dan una oportunidad de demostrarles que podemos cumplir? Yo me comprometo a reducir esa fuga de dinero que cada semana tenemos por mis vicios. Ya verán que no les vamos a quedar mal.
Su esposa no salía de su asombro por lo que estaba escuchando. No esperaba ese compromiso de parte de él.
Es verdad que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, pero lo cierto es que se dieron varias condiciones para que el señor tomara conciencia de todo eso. Naturalmente la necesidad que tenían, pero ante todo su disposición y apertura.
Como complemento del compromiso expresado por el señor y en base a la información que ambos externaron, el personal de la Caja realizó una nueva descripción de sus ingresos y gastos considerando algunos cambios en la forma de administración de su economía familiar.
Toda esa información se le envió al Comité de Crédito y al siguiente día el préstamo fue autorizado.
La socia y su esposo, cuando recibieron la resolución, estaban tan agradecidos con la Caja que reiteraron —principalmente él— el compromiso de cumplir, ahora sí, puntualmente con sus pagos.
Y así fue.
Pero aquí viene lo más interesante, realmente hubo un cambio de hábitos y actitudes por parte de ellos.
A partir de ese suceso, el cumplimiento de la socia fue tan puntual que presumía su insignia de “socia cumplida”.
Pero la educación cooperativa trascendió al ámbito familiar ya que años más tarde, en una reunión, la socia expuso que atribuía a la Caja que su esposo hubiera dejado de tomar licor.
¿Increíble no? Pero ese es el poder del cooperativismo.
Author: Fermín Olalde
Aliado de PINOS, Consultor Independiente, Experto en cooperativismo, escritor.