Sin incidencia política no hay defensa posible ni transformación
Por Ramón Imperial Zúñiga, Julio 2025
En los artículos anteriores de esta serie, hemos tratado de describir, analizar y entender un problema que rebasa las fronteras de un solo país. Lo que ocurre hoy en Ecuador —donde se ha abierto la posibilidad legal de que cooperativas de ahorro y crédito se conviertan en bancos en un plazo de 90 días— no es solo una crisis puntual. Es una amenaza sistémica, una advertencia global.
No es únicamente un problema jurídico, técnico o económico. Es una señal de alerta que nos obliga a revisar nuestras propias debilidades como movimiento: la fragilidad de nuestra identidad, la escasa participación de los socios, la falta de integración entre organizaciones y —como abordaremos hoy— nuestra ausencia en los espacios de poder y toma de decisiones.
Porque si el cooperativismo no tiene presencia política real, si no está en la mesa donde se toman las decisiones que le afectan, queda a merced de otros intereses. Y eso no puede continuar.
El cooperativismo necesita hacer política… sin ser partidista
A lo largo de su historia, el cooperativismo ha sido, en esencia, una propuesta política. No en el sentido tradicional de los partidos o campañas, sino en su concepción más profunda: una forma distinta de organizar la economía y la sociedad, centrada en la dignidad de la persona humana.
Por eso, es un error pensar que el cooperativismo debe mantenerse “alejado de la política”. Lo que debe evitarse, sin duda, es el partidismo. Pero no la incidencia política.
Las cooperativas deben tener presencia constante en los parlamentos, en los espacios de diálogo con el poder ejecutivo, en las comisiones de legislación, en los organismos de consulta pública, en los medios de comunicación política. No como invitados esporádicos, sino como actores permanentes.
El cooperativismo tiene voz propia. Tiene propuestas. Tiene una base social masiva. Y tiene derecho y deber de hacerse escuchar.
El peso social del cooperativismo debe hacerse sentir
En América Latina, el cooperativismo representa a más de 200 millones de personas si se suman directamente los socios y sus familias. Es un tejido social impresionante, con presencia en zonas rurales, barrios populares, comunidades marginadas, sectores urbanos y regiones remotas. Y sin embargo, ese peso social no se traduce en poder político real.
¿Por qué? Porque muchas veces el movimiento no ha sabido construir sus propias estrategias de incidencia. O ha tenido temor de ser confundido con algún partido. O ha preferido mantenerse al margen de los debates, esperando que “no lo toquen”.
Ese silencio, esa pasividad, tiene un precio. Y hoy lo estamos viendo.
Es hora de cambiar. Es hora de asumir que la defensa del modelo cooperativo requiere presencia pública, relaciones institucionales, vínculos con actores políticos, alianzas con otros movimientos sociales. La neutralidad no puede convertirse en invisibilidad.
Una vía distinta: ni de izquierda ni de derecha
El cooperativismo no es de izquierda ni de derecha. Y eso no
es una debilidad: es una fortaleza.
Porque no propone simplemente una alternativa política, sino
una lógica diferente. En el centro del cooperativismo no está el
capital, ni el Estado, ni el mercado. Está la persona. El ser humano. Su
dignidad, sus derechos, su capacidad de organizarse libremente para satisfacer
sus necesidades.
Por eso el cooperativismo puede dialogar con todos los
sectores políticos. Puede hacer propuestas económicas con responsabilidad
social. Puede impulsar leyes más justas. Puede promover la inclusión sin
polarizar. Puede ser un puente entre visiones diferentes, siempre que su
voz sea clara y firme.
Esta visión debe ser la base de su incidencia política: no
buscar el poder por el poder, sino influir en las decisiones que afectan a las
personas, al desarrollo territorial, a la equidad y a la economía social.
Neutralidad política y presencia estratégica
Sin embargo, para que esta incidencia política sea efectiva
y creíble, es indispensable mantener una neutralidad partidista absoluta.
No es conveniente incrustar en las cooperativas a políticos de carrera, pues
tarde o temprano aparecerá la tentación de arrastrar a los socios y a la
propia cooperativa hacia una corriente política específica.
Es un error politizar a la cooperativa. Sus dirigentes y
principales líderes no deberían participar activamente como militantes de
partidos, porque eso pone en riesgo la unidad interna, debilita la confianza de
los socios y puede utilizar a la cooperativa como plataforma electoral. El
movimiento cooperativo debe mantenerse neutral, y esa neutralidad debe ser
cuidada con rigor.
Esto no significa que los dirigentes deban aislarse de la
vida pública. Muchos partidos políticos buscan incorporar en sus plataformas a
líderes de la sociedad civil, y en ese espacio sí puede participar un dirigente
cooperativo, siempre que actúe como representante del movimiento cooperativo,
defendiendo sus principios, valores y necesidades, y no como integrante activo
de un partido.
Un ejemplo exitoso de esta estrategia fue el programa
impulsado hace algunos años por Cooperativas de las Américas, denominado
“Parlamentarios Amigos del Cooperativismo”. La iniciativa consistía en
identificar a legisladores de distintos partidos —diputados, senadores o
parlamentarios— que, más allá de sus colores políticos, se comprometieran a
apoyar al cooperativismo y a defenderlo en los congresos nacionales. Esta experiencia
dio muy buenos resultados en países como Colombia, Argentina, Brasil y Chile,
logrando aprobar leyes favorables y detener iniciativas que podían dañar al
sector. Es un modelo que debería retomarse y mantenerse de manera permanente.
Lo esencial es que el cooperativismo tenga presencia
política constante, sin partidismos, y que mantenga un diálogo abierto con los
principales partidos y actores políticos de cada país. De esta forma, podrá anticiparse
a posibles iniciativas legales que lo afecten, intervenir a tiempo en los
debates y presentar propuestas constructivas antes de que las decisiones
estén tomadas.
El cooperativismo no puede seguir actuando solo cuando la
crisis ya es inminente. Debe estar en los espacios donde se decide su futuro,
no para buscar privilegios, sino para defender su derecho a existir y a cumplir
su misión social.
Lo que hemos aprendido en esta serie
Para cerrar esta serie de cinco artículos, vale la pena resumir las reflexiones y posibles aprendizajes que hemos intentado compartir en cada uno de ellos:
- Artículo 1: Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…
Explicamos el caso ecuatoriano como un síntoma de algo más profundo: la amenaza real de que el modelo cooperativo sea desnaturalizado por decisiones políticas o intereses económicos. Advertimos que este no es solo un problema local, sino un precedente peligroso para toda América Latina y el mundo. - Artículo 2: De cooperativas a bancos: desnaturalización del modelo cooperativo
Analizamos lo que implica convertir una cooperativa en banco: no solo un cambio jurídico, sino una transformación profunda de la lógica organizativa, de la propiedad, de los valores. Incorporamos ejemplos reales como el caso de Caja Libertad en México, y la importancia de leyes que protejan la identidad cooperativa. - Artículo 3: Sin educación cooperativa, no hay defensa posible
Reafirmamos que una base social ignorante es una base vulnerable. Sin educación permanente, los socios dejan de sentirse dueños. El 5º Principio no es un lujo, es una estrategia de supervivencia. Hay que educar, informar, formar y transformar desde adentro. - Artículo 4: Integración cooperativa: la fortaleza que no estamos aprovechando
Examinamos el debilitamiento del 6º Principio. El movimiento cooperativo está fragmentado, no solo entre sectores, sino incluso dentro del mismo país. Sin unidad, no hay fuerza. Y sin fuerza, no hay defensa. La integración es urgente, en lo nacional, regional y continental. - Artículo 5: Del silencio a la acción
Hemos enfatizado la necesidad de una incidencia política permanente. El cooperativismo no puede seguir siendo un actor invisible. Debe influir. Debe participar. Debe defenderse. Y debe proponer.
Esperanza, acción y compromiso
Tenemos esperanza. A pesar del riesgo, confiamos en que el problema que enfrenta hoy el movimiento cooperativo de Ecuador puede y debe resolverse antes de que se cumpla el plazo de los 90 días. El movimiento nacional está activo. Varios organismos internacionales ya se han pronunciado. Hay apoyo, hay conciencia creciente.
Pero aún falta mucho. Hace falta más unidad, más visibilidad, más presión constructiva. Y sobre todo, hace falta que cada país reaccione. No para imponer, sino para acompañar. No para señalar, sino para solidarizar.
Porque hoy es Ecuador. Pero mañana puede ser cualquier otro país.
Y si no aprendemos en cabeza ajena, nos tocará sufrir en carne propia.
Un llamado final
Desde esta tribuna, desde este espacio, con humildad y convicción, hago un llamado a:
- Las confederaciones y federaciones nacionales: movilícense. Emitan pronunciamientos. Hablen con sus gobiernos. Defiendan el modelo cooperativo con firmeza y estrategia.
- Los organismos continentales y mundiales: intensifiquen su acción. No basta con publicar comunicados. Necesitamos gestiones diplomáticas, campañas públicas, incidencia efectiva.
- Las cooperativas individuales: infórmense, eduquen a sus socios, participen en sus redes nacionales. No se aíslen.
- Los líderes políticos y sociales: escuchen al cooperativismo. No lo vean como competencia, sino como aliado del desarrollo.
- Cada persona cooperativista: que su voz se escuche. Que su acción se sienta. Que su compromiso se multiplique.
“El cooperativismo es una fuerza transformadora. Pero solo lo será si decide dejar de ser espectador y se convierte en actor protagónico de su propio destino.”
Hoy más que nunca, necesitamos pasar del silencio… a la acción.

Author: Ramón Imperial Zúñiga
Socio fundador de Cooperativa PINOS y la Academia online 5to-Principio, Consultor en Cooperativismo y ESS especialista en Estrategia y Gobernanza, Reconocido escritor con 40 años de experiencia internacional en liderazgo cooperativo.